sábado, 15 de octubre de 2011

Bañado en Incertidumbre





Despierto añejos bisontes,
declaro terremotos
mediante agujas,
nudos de garganta.

Hago ese viaje de dos horas,
descabellado, viaje de vuelta.
Envuelto en un papel
casi sagrado.

Tan solo lloro desconsolado
en el primer asiento de este colectivo
y entre tamaño océano de tristeza
me pregunto si es por que nunca más
lloraré en la vida.

Recuerdo la tarde.
Recuerdo la fuerza,
el empuje hacia el otro lado.

Recuerdo la oscuridad
uniendo fuerzas con el llanto.
La recuerdo en sus ojos
que no decían nada.

Recuerdo la miríada de soledades
que hacen fila y esperan,
pacientes, dormidas.

Llego a mi hogar
para encontrar un surrealismo viviente.
Desconocidos ojos del litoral
miran tratando de discernir mi vigilia,
esa vigilia de porqués sin sentido.
No hago caso y me tiendo a dormir.
Me distraigo
hasta otro día.

Mis ojos me devuelven
el sabor amargo.

Y será la primera vez.
De muchos despertares.


Entro en ese lugar cuadrado
a bañarme en recuerdos.
Me contemplo solo
mientras caen mis gotas.

Ya no compartiré esa ducha
tibia y alegre,
ya no alcanzaré ese shampoo.
Ya no.

Esas lágrimas
se confunden con la tibia lluvia,
se las lleva la cañería.
Lágrimas de espanto.

Trato de subir,
mas me hundo en el desperdicio.
Tan sólo termino de hacer
y escucho ese goteo cansado y tranquilo.


Me maravillo de lo raro,
junto agua con mis cinco dedos,
me detengo eternamente en gotas.
Trato de pausarlas en vano.

No entendiendo si son mis lágrimas
o las gotas de la ducha.
Me prometo ya no llorar jamás.

Miro el repiquetear
en las palmas de mis manos,
las abro y el torrente cae
en un sonido infinito.

Un sonido diáfano y monótono
que me recuerda a esa risa
que ya no tiene forma,
ya no existe,
pero sigue alimentándome...

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